Es inevitable no sentir cierto cariño o apego por aquellos que, en pos de conseguir su objetivo, se salen del camino habitual e intentan innovar. En el mundo de la automoción pocos casos hay como el de Mazda y su defensa del motor rotativo, y dentro de la larga estirpe de modelos que utilizaron este tipo de propulsor el RX-7 es uno de los más queridos. Un deportivo de estética llamativa y comportamiento excelente, esta es la historia del Mazda RX-7.
Curiosamente, para encontrar sus origen tenemos que retrotraernos a otro modelo, el Mazda Cosmo. Nacido a mediados de la década de los 60, no es que fuera su predecesor per se, pero sí que estableció algunos de los pilares fundamentales de la saga (como el motor rotativo) y de él, en sus generaciones posteriores, derivó el RX-7.
Mazda RX-7: primera generación
Como suele decirse, aunque suene a tópico, el Mazda RX-7 es hijo de su tiempo. Presentado al mundo en 1978 y lanzado al mercado en el 79, el japonés vio la luz en una década marcada por la crisis del petróleo, en la que los deportivos equipados con enormes motores tragones estaban en horas bajas de popularidad y se necesitaba otro enfoque.
Estando la reducción del consumo entre los principales objetivos, también era necesario que fuera divertido de conducir, por lo que características como la ligereza o la agilidad se añadieron solas a la ecuación.
El resultado fue un deportivo de 4.285 mm de longitud, un peso que rondaba los 1.000 kilos y un diseño llamativo que cuadraba con el estilo predominante en aquella época: líneas afiladas que combinaban rectas y superficies curvas, faros escamoteables o el siempre acertado detalle (aunque no muy práctico) de montar los retrovisores sobre los pasos de rueda delanteros.
Montaba un motor rotativo que en Europa entregaba 105 CV y 144 Nm de par (en Japón llegaría a 130 y 167 respectivamente), con una caja de cambios manual de cinco velocidades con la que aceleraba de 0 a 100 en 8,5 segundos y superaba los 200 km/ de punta. Su consumo, de unos 11 l/100 km.
Su éxito se tradujo en 570.000 unidades producidas hasta que llegó su relevo en 1985.
Mazda RX-7: segunda generación
La evolución del modelo es clara, adoptando un estilo familiar pero fuertemente influenciado por la etapa de finales de los 80 y principios de los 90. Se mantuvieron detalles como los faros escamoteables (siguieron incluso en la tercera generación), pero se añaden otros como la toma de aire del capó o la enorme luna trasera. El Mazda RX-7 se hizo mayor, aumentando tanto su tamaño (4.310 mm) como su peso (1.360 kilos, 1.400 para la versión descapotable), y utilizando motores de mayor rendimiento.
De nuevo se produjo una diferencia entre lo que el modelo ofrecía en su mercado local y lo que llegaba al resto del mundo, saliendo los nipones bastante beneficiados. Mientras que allí el motor Wankel llegaba a 185 CV y 245 Nm de par, en Europa y Norteamérica había que conformarse con 150 CV y 180 Nm. Por suerte el modelo evolucionó y antes de dar paso a la tercera generación llego a entregar 180 e incluso 205 CV en sus variantes Turbo y GT.
Mazda RX-7: tercera generación
El broche de oro del modelo (y a la postre su despedida) supuso un salto cualitativo en el modelo, ahondando todavía más en el objetivo de crear un deportivo divertido de conducir mediante la siempre efectiva dupla de aumentar la potencia y reducir el peso.
Su imagen era noventera hasta decir basta, con formas mucho más redondeadas que en sus predecesores, un largo capó, extensiones en los bajos y un llamativo alerón. Redujo su longitud hasta los 4.280 mm, que combinó con una altura de solo 1.229 mm y una anchura de 1.750 mm, consiguiendo unas proporciones muy atléticas y de perfil bajo.
Redujo su peso hasta los 1.270 kilos, algo que benefició a las prestaciones, así como la incorporación de un motor rotativo 1.3 de dos rotores que en el Viejo Continente desarrollaba 240 CV (menos que los 255 del JDM) y que en su última evolución gano 40 más. En ésta conseguía acelerar de 0 a 100 km/h en 5,2 segundos, siendo su velocidad máxima los 256 km/h.