La llamada a la oración del almuédano quebranta mi sueño. Desubicado, encuentro el interruptor que enciende la luz del cuarto donde descanso. Giro la palanca con forma de aspa y las lámparas me descubren los colores intensos y los arcos túmidos que componen mi habitación; dos pistas claras que me ayudan a recordar el porqué de mi estancia en Marruecos: realizar la prueba del Nissan NP300 Navara por las dunas de Erg Chebbi, localizadas en el desierto del Sáhara.
Mi profesión, a la que estaré siempre agradecido, me ha permitido hacer cosas no menos excitantes: conducir sobre lagos helados, pilotar en el Circuito de la Sarthe o alcanzar velocidades de infarto en Alemania. Son experiencias que guardaré para siempre bajo llave en un cajoncito de mi cerebro. Pero la de hoy tiene algo especial, porque es otro de esos sueños que surgió de joven, cuando mi retina grabó a Ari Vatanen surcar con su Peugeot 405 T16 la arena africana para llegar a Dakar -el vehículo industrial de la prueba, el Nissan Navara NP-300, también ha participado en la competición más dura del mundo-.
Son las siete y media de la mañana y el sol ya se erige como mi guardaespaldas. Montado en el pick-up que se fabrica en Barcelona, emprendo la marcha desde Erfoud. De camino compruebo el caos que supone conducir en este país. También, que el motor de la unidad que conduzco es más que suficiente para mover sus 2.033 kg de peso, cargar una tonelada o arrastrar 3.000 kilogramos. Se trata de un 2.3 de 190 CV con doble turbo, la opción más potente de la gama -el otro tiene la misma cilindrada pero un solo turbo y 160 CV-. Asimismo, como versión de doble cabina que es, la suspensión que equipa el eje posterior es multibrazo de muelles helicoidales, por lo que es mucho más cómoda y menos rebotona que la de ballestas. Además, durante la prueba del Nissan Navara NP300 2.3 190 CV percibo que la rumorosidad es mucho menos notable. La reducción del ratio de giro en casi un metro, conseguida entre otras cosas por menguar la batalla en 50 mm, también juega a su favor para moverse por sitios estrechos. Y eso que respecto a la generación anterior, la longitud del Navara ha crecido 67 centímetros.
Toda precaución es poca para controlar a los jóvenes que merodean cerca de la carretera, los animales que campan a sus anchas o los intrépidos motoristas que circulan con auténticos hierros sin cuidado alguno. Para ello cuento con algunos de los más avanazados sistemas de seguridad como la cámara de vision 360º, el de anticolisión frontal o el control de tracción, entre otros, que me facilitan la conducción.
Casas de adobe a ambos lados de la carretera desaparecen poco a poco hasta encontrarme fuera de la calzada, sobre arena y roca y sin nada a mi alrededor; solo en un escenario más propio de una película inspirada en Marte.
Es el momento de poner el selector en la posición 4x4. Pequeñas dunas y ríos de arena son mis únicos compañeros, sin olvidar al astro rey, que parece tener fijación en mí y me sigue desconfiado. En una explanada, dirección a Derkaola, tramo por el que pasaba el Rally Dakar, doy mayor juego al velocímetro. Su cambio automático de procedencia Infiniti realizan las transiciones de forma rápida y suave. Los metros pasan y pasan fugazmente. Otro Navara se pone en paralelo a mí, dejando a su paso, cual estrella fugaz, una estela de polvo. Por desgracia, esta espectacular imagen desaparece de mis ojos, aunque antes consigo capturarla en mi memoria fotográfica. Lástima que no pueda ser revelada, lástima que no pueda expresar con palabras esa sensación de libertad…
Según me voy acercando a las dunas, los ríos de arena se hacen más frecuentes. Es la hora de bajar la presión de los neumáticos a 1,5 bares para que el grip sea aún mayor
En el horizonte diviso mi destino. Allí emergen las dunas que, a medida que me acerco, se van haciendo más y más grandes. Me sitúo en la parte inferior de la primera de ellas para continuar con la prueba del Nissan Navara NP300. Es el momento de dar vida a la reductora, acción que debo hacerla en parado y con el cambio en P, y de poner la presión a tan solo 1 bar, casi rozando el flanco con el suelo. Parado observo esa mole compuesta por diminutos granos de arena que puede engullirme en un santiamén.
Rememoro la historia de David contra Goliat, solo que en vez de una onda como arma, tengo en mi poder uno de los pick-up más capaces del mercado y, sin duda, el más cómodo junto con el Mercedes Clase X (prueba de la versión 250 d 4MATIC), vehículo que comparte más que plataforma con el nipón.
Enciendo las luces y subo las ventanillas. Para saber el momento idóneo de dar gas, escucho con atención las revoluciones de su motor diésel 2.3. Acelero progresivamente, de forma más enérgica antes de enfrentarme a la duna y continúo presionando el pedal derecho hasta poco antes del borde, con la intención de que la inercia haga su trabajo y pasar la cresta sin problemas. La dirección la manejo suavemente, al igual que el trabajo que exijo a los frenos.
Una vez en la cara de deslizamiento, acelero de forma gradual y sostengo firmemente el volante en posición recta. Perdido en un mar de dunas, todo el ejercicio es como un baile en el que disfruto de la melodía y en el que repito una y otra vez los mismos pasos. Quiero más de esas montañas moldeables, pero como no existe canción infinita, tampoco, experiencia interminable.
Es hora de acabar y poner rumbo a Erfoud. A mis espaldas dejo un inmenso arenal que parece no tener fin. El retrovisor interior del Navara de doble cabina, versión que cuenta con cinco cómodos asientos, me brinda una estampa inolvidable, revelada con la luz del atardecer. Sé que soy un tipo afortunado...
A destacar | A mejorar |
Capacidad off-road | Dirección |
Suspensión trasera | Sonido del motor |
Respuesta del motor | Inercias |