Hace tiempo que se habla mucho sobre los combustibles sintéticos, sobre todo, desde que Alemania haya impuesto a la Unión Europea que los incluya como cláusula en su propuesta para prohibir los motores de combustión en 2035, si quiere contar con la aprobación alemana. La relación de Alemania con los e-fuel viene de muy atrás: Hitler los utilizó en la Segunda Guerra Mundial.
Hoy, al igual que entonces, Alemania se enfrenta a un problema serio, que es la dependencia del petróleo extranjero. Además, lucha por salvar el motor de combustión, el alma de su economía industrial. Claro que, en aquellos años, la motivación era muy diferente: el Führer y la cúpula militar alemana sabían que, para llevar a cabo su ‘Blitzkrieg’ o guerra relámpago, necesitaban energía, la cual tenían que comprar fuera, pero era cara.
Cuando Hitler ya se interesó por los e-fuel
A principios de la década de 1930, los combustibles sintéticos se consideraban antieconómicos, sobre todo, después de la caída en picado del precio del petróleo durante la Gran Depresión. Tras su llegada al poder en 1933, Hitler quería que el Tercer Reich dependiera menos del petróleo extranjero, especialmente, de productores estadounidenses y británicos, que obligaban a Alemania a gastar importantes cantidades de dinero que no se podía permitir.
Foto: Josef Gierse (Wikimedia Commons)
Dada la abundancia de carbón en Alemania, el combustible sintético parecía una alternativa viable. Casi un año después de que los nazis tomaran el poder, el gobierno de Hitler firmó un acuerdo con el gigante químico I.G. Farben para subvencionar la producción a gran escala de un combustible sintético llamado ‘ersatz’.
Europa permitiría los motores que funcionen con combustible sintético a partir de 2035
En los años siguientes, la I.G. Farben y otras empresas químicas alemanas abrieron más de 20 plantas de hidrogenación (como se las bautizó) para convertir el carbón en combustible. A medida que la recuperación de la demanda mundial de petróleo hacía subir los precios del crudo en la década de 1930, la apuesta de Alemania por el ‘ersatz’, que no estaba sujeto a aranceles de importación, empezó a parecer acertada.
Junto con otra innovación química alemana, el caucho sintético utilizado para fabricar neumáticos, el e-fuel a base de carbón resultaría crucial para mantener en movimiento la maquinaria de guerra nazi, que se apresuraba a apoderarse de los yacimientos petrolíferos de Oriente Próximo y el Cáucaso. En 1943, aproximadamente la mitad del combustible de la Alemania Nazi procedía del carbón licuado.
Un blanco para los Aliados
Así lo explicó el jefe de la Luftwaffe, Hermann Göring: «Sabíamos que nos faltaba combustible, así que construimos las plantas que nos lo proporcionarían. Hoy estamos en posesión de todas las herramientas que necesitamos para derrotar al enemigo».
En realidad, no del todo. Al final, el ansia de energía de los nazis superó su capacidad de exprimir combustible líquido a partir del carbón, como se lamentó Hitler en su viaje a Finlandia. Pero las plantas de combustible sintético, una de las cuales estaba situada en Auschwitz, eran también blancos fáciles para los bombardeos aliados.
Cuando los bombarderos estadounidenses destruyeron las principales plantas alemanas de e-fuel en mayo de 1944, los dirigentes nazis comprendieron que estaban acabados: «Desde el punto de vista de la producción técnica, la guerra estaba perdida con el éxito de aquellos ataques», dijo después de la guerra Albert Speer, hombre de confianza de Hitler y responsable de armamento.
Unas semanas después de los bombardeos, se produjo el Desembarco de Normandía, en el que cientos de miles de tropas aliadas llegaron a las costas del norte de Francia. La falta de recursos energéticos nacionales resultó ser el talón de Aquiles de Alemania, para alivio del resto de Europa. Ese fue el principio del fin, mientras el ejército soviético avanzaba imparable desde el flanco oriental.
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