Una vez terminado el ignominioso enfrentamiento fratricida en 1939, España quedó sumida en la más absoluta misera. El final de la Guerra Civil dio paso a una larga posguerra que se prolongaría durante toda la década de los 40, cuyas consecuencias los españoles seguirían sufriendo hasta principios de los 50. Una de las consecuencias de aquella situación fue la escasez de combustible, lo que dio lugar a la aparición de alternativas como el gasógeno. Solo hubo una cosa positiva de aquello, el periodo en que Madrid dejó de tener problemas de tráfico.

En aquella época, el petróleo era muy difícil y caro de adquirir y la gasolina escaseaba. Una situación que se agravó durante la Segunda Guerra Mundial. En consecuencia, los automóviles y motocicletas que circulaban por España lo tenían difícil para funcionar. Es verdad que en aquellos años no había el número de vehículos que hay hoy, pero era suficiente para que el combustible que había fuese escaso.

La escasez de combustibles en la España de Posguerra

Ante los problemas, aparecen soluciones. Una de ellas fue la aparición de pequeños utilitarios, como el Auto Acedo, un coche a pedales. Otra fue el gasógeno, un gas que se producía por la combustión parcial de madera y carbón, principalmente, aunque valía cualquier material con alto contenido en carbono. Esta tecnología permitió sortear la escasez de combustibles.

En realidad, la idea de alimentar un motor con gasógeno era más antigua, concretamente, de los años 20, cuando un ingeniero químico francés, Georges Imbert, perfeccionó esta técnica que ya venía utilizando desde 1870. Por entonces, se usaba para crear un gas de alumbrado barato y poco más. Pero Imbert fio el paso de convertir lo que eran grandes plantas de gas en un sistema portátil para automóviles.

Qué es el gasógeno

Cuando se quema madera, carbón o cualquier material que contenga mucho carbono, se generan gases combustibles que, normalmente, tienen grandes cantidades de monóxido de carbono y se puede utilizar en motores de combustión convenientemente adaptados. En principio, era una buena idea para sustituir el escaso combustible que había, pero la realidad era bien distinta, ya que el sistema ofrecía un rendimiento muy pobre.

De hecho, el poder calorífico del gasógeno era tan pobre que, cuando un coche afrontaba una pendiente no muy grande, el conductor tenía que abrir la espita de la nodriza para seguir avanzando, es decir, recurrir a un pequeño depósito con gasolina que se utilizaba en situaciones de emergencia, en pequeñas cantidades, cuando el gasógeno no podía mover el motor.

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A pesar de todo y de lo cómico que nos puede resultar ahora leer esto, siempre era mejor tener gasógeno que nada. De modo que muchos vehículos, tanto coches, como camiones, tractores y hasta motocicletas, pasaron por los talleres para adaptarse a este combustible durante los duros años 40.

Sistemas muy voluminosos

Pero el gasógeno tenía otro problema, además del poco poder energético. La instalación para adaptar el motor requería un sistema muy voluminoso. En camiones o autobuses no había problemas, ya que se podían ocultar en la parte trasera o, incluso, en el techo en el caso de los autobuses. Pero en los coches la cosa era bien distinta. A veces, sin espacio para el tanque generador, éste se ubicaba en un remolque.

El sistema consistía, básicamente, en una especie de gran recipiente metálico que funcionaba como caldera donde se introducían las maderas, carbón o lo que se fuera a utilizar para combustionar. La combustión se realizaba mediante una entrada de aire controlada, de modo que, al entrar poco oxígeno, el combustible no se quemaba completamente.

Al quemarse parcialmente, los gases resultantes contenían cantidades apreciables de monóxido de carbono, cosa que no sucede cuando la combustión es completa. El gas resultante de la combustión, filtrado y tratado adecuadamente, era dirigido al motor. Existieron sistemas más sofisticados que añadían un mecanismo para enriquecer la mezcla de gases, aumentando la proporción de monóxido de carbono.

Cuando Madrid dejó de tener problemas de tráfico

El sistema era sencillo, pero muy sucio y bastante enredado de utilizar. Lo único bueno es que se podía recargar con cualquier material que pudiera quemarse y contuviera carbono.

El lado positivo de esta historia es que Madrid dejó de tener problemas de tráfico durante aquellos años. En su obra ‘Madrid en la posguerra, 1939-1946: los años de la represión’, publicada en 2005, Pedro Montoliú Camps comenta que, de los 132.000 vehículos registrados en España a principios de la década de 1940, 16.000 circulaban por Madrid.

Cifras ridículas para nuestros días, pero importantes en aquella época. La falta de gasolina propició que la capital de España no tuviera problemas de tráfico. Aunque, naturalmente, esa era la única lectura positiva que podía hacerse de un momento tan complicado que tuvieron que vivir millones de españoles.

Fotografías: Biblioteca Digital Memoria de Madrid

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