Que la forma de fabricar coches ha evolucionado de manera espectacular en las últimas décadas es algo de sobra conocido, pero mirar ejemplos concretos sirve para darse cuenta realmente de cómo se hacían antes las cosas y cómo se hacen ahora. Así se producía de forma artesanal el Porsche 356, un formato de otra época que era enormemente laborioso.

Originalmente al deportivo alemán se le daba forma a base de golpes de martillo, de manera dedicada y con mucho esfuerzo, y luego sus distintas partes se colocaban sobre un armazón de madera (que ilustra estas líneas) para comprobar que todo estuviera en su sitio.

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Las chapas de aluminio se moldeaban a golpe de martillo, una técnica a priori inexacta, lo que hacía que fuera necesario colocarlas sobre el armazón para ver si su forma era exacta y coincidía.

El proceso se repetía una y otra vez con las distintas piezas (puertas, capó, techo y aletas) hasta que todas ellas encajaban a la perfección, como un puzle, para dar forma a un nuevo ejemplar del Porsche 356.

La marca alemana señala que eran necesarias al menos 90 horas para dar forma al deportivo, algo para lo que era necesaria la habilidad de maestros del oficio, tras lo que ya era posible fijar la carrocería al chasis mediante remaches y tornillos. Porsche recurría a carroceros externos para fabricar estos elementos de aluminio, como Kastenhofer, Keibl, Tatra o Beutler.

Porsche 356

Este método se utilizó en la planta de Porsche en Gmünd, a partir de 1948, dando forma a 52 unidades (44 coupés y 8 Porsche 356 Speedster), a las que se sumaron entre ocho y diez carrocerías en bruto denominadas «superligeras» (SL).

Sin embargo, con el cambio de fábrica se pasó a un método de fabricación basado en prensas modernas y el procedimiento tradicional se conservó durante un tiempo solo para las series reducidas, como el 356 America Roadster, del que se produjeron 16 ejemplares.

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