El 19 de febrero de 1968 salió al mercado uno de esos vehículos que marcan la historia de un país. En este caso, una España todavía en blanco y negro cuyo régimen político ya empezaba a dar algunos síntomas de agotamiento. Aquel vehículo fue una moto, el Vespino, que rápidamente se hizo muy popular por su bajo precio y mantenimiento sencillo. Tanto fue así que se mantuvo en producción 30 años. Pero, quizá, lo que no muchos sepan es que este ciclomotor nació de una partida de mus.

Nunca nos cansaremos de decir que, a veces, los grandes inventos surgen de la manera más inesperada. De esto sabe mucho Gordon Murray, que dibujó el primer boceto del McLaren F1 en una servilleta, mientras esperaba su vuelo en una sala del aeropuerto de Milán. Algo parecido le pasó a Vicente Carranza, un joven ingeniero salmantino que, después de terminar sus estudios en Béjar, marchó a Madrid, como hacían muchos, a buscar suerte. Y la encontró en el lugar menos esperado.

Vicente Carranza, el salmantino que tuvo la idea

En la España de los años 60, los jóvenes no tenían móviles ni redes sociales donde opinar de cualquier cosa (tampoco se podía opinar mucho) ni subir fotos mostrando una vida idílica que poco o nada tiene que ver con la realidad. En aquellos tiempos era frecuente ir a un bar o café, escuchar el fútbol por la radio o, incluso, la corrida de toros del día. Y también jugar al mus, entre vermús y cigarrillos.

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A Vicente le gustaba mucho el mus y uno de los hombres con los que solía jugar era, ni más ni menos, que el jefe de producción de Motovespa. Y entre partida y partida, finalmente, terminó trabajando en la Oficina de Proyectos de Motovespa. No eran buenos tiempos y la empresa necesitaba algo nuevo que disparase las ventas. Y aquí es donde entra en escena Carranza, porque de aquella partida de mus nacería el Vespino.

Vespino, de una partida de mus a la calle

Tenía una idea que, a su vez, se la cogió a su tío Juan Antonio Hernández Núñez, capitán del Cuerpo de Ingenieros. Se trataba de un vehículo sencillo de dos tiempos, cuyo motor intentaron instalar en diferentes aparatos, desde un cortacésped a un motocultor. Pero hacía falta un ciclomotor económico para un sector de mercado más amplio. Y así nació el Vespino.

Vicente se encargó de adaptar el motor de la Vespa al Vespino, así como la transmisión automática por variador centrífugo que, posteriormente, serían tan imitada con leves cambios. En apenas tres años se completó el desarrollo del Vespino y entró en producción.

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Su éxito traspasó fronteras, llegando a mercados como el inglés, el francés y el alemán, entre otros. En sólo tres años, se fabricaron 55.000 unidades. Finalmente, la producción terminó en el 2000, 32 años después de llegar al mercado, con un total de 1.800.000 ejemplares fabricados. Hoy son objetos de cultos y su cotización está subiendo, hasta llegar a pagarse el triple de lo que costaba. Todo empezó con una partida de mus.

Foto destacada: Wikimedia Commons - Txemari.

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