Hace casi 120 años se estaba gestando el futuro del automóvil. Coches de gasolina pugnaban con otros eléctricos por hacerse un hueco en la movilidad. Y ahí es donde entra el protagonista de esta prueba: el Lohner-Porsche Semper Vivus.
No siempre se puede conducir un coche así. Estamos hablando de un ejercicio de futuro, una mole de 1.200 kg que, aunque parezca increíble, utilizaba un sistema de propulsión muy actual. Porque, amigos, estamos ante el primer híbrido de la historia, que además es un range extender.
Para comprender al Lohner-Porsche Semper Vivus hay que echar un vistazo a esa época. En los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX el automóvil no sabía qué camino tomar: gasolina, vapor, electricidad… Tampoco estaba clara su viabilidad: de repente los caminos y las ciudades se llenaron de estos juguetes para ricos que no acababan de gustar a los más conservadores.
Por ejemplo, en Inglaterra se exigía que los coches llevaran delante una persona con una bandera para avisar a la gente que andaba o cabalgaba por los caminos de que venía uno de esos artefactos tan ruidosos y veloces, lo que hacía que moverse en coche fuera lento, tedioso y más caro aún.
El Lohner-Porsche Semper Virus tiene un largo recorrido tras de sí. Bueno, largo o corto: aunque el modelo se creó en 1900, lo cierto es que estoy sentado en una recreación exacta del modelo que se hizo en 2011 siguiendo los planos y utilizando los mismos materiales que en aquella época… lo que no se puede decir que sea sencillo.
Otro salto al pasado. Su creación, aunque ahora suene futurista, no lo era tanto. En aquella época había fascinación por la electricidad, por lo que gente como el visionario Ferdinand Porsche que diseñó este modelo bajo la batuta de Lohner veía esa fuente de energía como algo con el potencial que hoy, casi un siglo y medio después, conocemos. Por eso no es de extrañar que en aquellos años no fueran extraños los coches eléctricos. Al fin y al cabo, casi era más sencillo enchufarlo con un cable en casa que hacer kilómetros y kilómetros hasta un lugar en el que vendieran gasolina.
Lo que no ha cambiado es el problema de la carga de las baterías: los coches eléctricos tardaban mucho en estar operativos y, cuando lo conseguían, apenas duraban una decena de kilómetros… aunque se puede decir que hasta hace escasos años no eran tan pocos. Por ejemplo, en 1912 el Baker electric Coupé tenía 60 km de alcance y un modelo de Detroit Electric, el Clear Visión Brougham, anunciaba nada menos que 160, por lo que hoy tampoco desentonaría demasiado en una ciudad moderna.
Con estos datos preliminares en mi cabeza inicio a prueba del Lohner-Porsche Semper Vivus. Tengo que confesar que desde abajo me parecía mejor idea eso de ponerme al volante del coche. Estoy sentado a 1,80 metros del suelo y ante mí tengo un pequeño y grueso volante de madera con el que accionar las ruedas delanteras.
La tarea nos es sencilla porque con casi una tonelada de baterías zumbando ante mí mover las ruedas es todo un reto. También lo es salir airoso de esta situación. Aunque avanzo a la velocidad del paso humano, siento en todo momento que no voy a salir de esta.
Dos motores De-Dion Bouton monocilíndricos de 2,5 CV cada uno retumban detrás de mí. Son los encargados de mover una bomba de agua para refrigerarse y, más importante, generar la electricidad necesaria para alimentar a las 74 celdas, que a su vez impulsan y a los dos motores eléctricos situados en las ruedas delanteras. En la exposición de París de 1901 también se pudo ver un modelo más grande con cuatro motores y un solo motor de 5,5 litros y 25 CV, convirtiéndose así, podríamos decir, en el primer SUV híbrido de la historia. Por cierto, este modelo se vendió a un precio que hoy equivaldría a casi 200.000 euros y recibió el nombre de Lohner-Porsche Mixte.
La primera dificultad de la prueba del Lohner-Porsche Semper Vivus tiene forma de pared. Y es que, bajo la más que atenta mirada del jefe del equipo que ha pasado meses devolviendo a la vida esta creación, me acerco al final de la plaza donde me han dejado conducir el futuro tal y como se veía hace 120 años. Giro el volante un poco. Otro poco. Más. Más aún. Los 6 km/h que llevo me parecen a todas luces excesivos. Los De-Dion vibran, suenan, empujan a este modelo único contra la pared de ladrillos. La gente que pasea se queda mirándome con curiosidad: “¿Qué demonios hace ese muchacho con ese coche?”. Por fin lo veo claro. Actúo sobre el “freno”, así, entre comillas, y consigo salvar el obstáculo. Enderezo las ruedas delanteras y, envalentonado, piso el acelerador.
Prosigo la prueba del Lohner-Porsche. Los adoquines del suelo me hacen traquetear, ya que la suspensión delantera es una cosa muy arcaica y la trasera… bueno, la trasera directamente no existe.
Veo que mi vigilante levanta las cejas, pero a la vez me grita (no nos podemos comunicar de otro modo) “Brave!”. Valiente, sí. O mejor dicho, envalentonado. El primer coche híbrido de Porsche gana algo de velocidad; no creo que vaya mucho más rápido de 10 km/h, pero tengo más sensación de ansiedad que cuando llegaba a 280 km/h al final de recta de Portimao con el (prueba) Porsche 911 GT2 RS.
Llega el final de la prueba. No habrán sido más de 2 kilómetros, pero llego derrotado. La tensión por tener bajo mi poder un modelo tan exclusivo me pasa factura. La vibración de los motores aún sigue metida en mis huesos. Tengo algo cargados los antebrazos de emplearme a fondo con el volante.
Pero ¿sabes qué? Podría decir que esta prueba del Lohner-Porsche Semper Vivus puede estar en el Top-5 de todas las que he hecho en mis casi 20 años de trayectoria en este negociado. Porque no todos los días se conduce el futuro. Un futuro que empezó a idearse hace 120 años.