El pasado fin de semana, tuvo lugar la edición número 70 del Concurso de Elegancia de Pebble Beach. Un evento que nació en 1950 y que, desde entonces, solo se ha suspendido dos veces: en 1960 por lluvias torrenciales y el año pasado por el coronavirus. Y Bugatti, que siempre es una de las marcas protagonistas de esta cita con sus exquisitos coches clásicos, ha querido celebrar este número redondo contando en su web una de las anécdotas más curiosas de estas siete décadas: la historia de los dos Bugatti Royale que tuvieron pasaporte diplomático para entrar a Estados Unidos en 1985. Toda una operación internacional con el automóvil como protagonista.

Y es que, desde la primera edición, la firma francesa se convirtió en una fija de Pebble Beach. Ya en 1950 se presentó ya un Bugatti Type 57 Coupe de Ville de 1938. A pesar de que, como explica la actual presidenta del concurso, Sandra Button, «en aquellos primeros años, los coches de colección no eran especialmente apreciados», sino que se privilegiaba a los nuevos.

Bugatti Royale diplomaticos concurso

Las cosas empezaron a cambiar poco después, a mediados de los 50, cuando los organizadores comenzaron a entregar el premio ‘Best in Show’ a modelos clásicos. Y, en 1956, llegó la primera victoria absoluta para los de Molsheim, con el Type 37 Grand Prix del doctor Milton R. Roth. Después, caerían otros 8 títulos, entre 1959 y 2003.

Pero, si hay una edición especialmente recordada, esa fue la de 1985. «No es exagerado decir que aquello fue fundamental para hacer de Pebble Beach el éxito internacional que es hoy», subraya Button. ¿Por qué? Pues porque aquel año se vieron, por primera (y última) vez en la historia, los seis Bugatti Type 41 Royale juntos.

Bugatti diplomaticos Type 57 amarillo

Producido entre 1926 y 1933, este gigante del lujo con 6,4 metros de longitud y más 3 toneladas de peso fue un mito desde su nacimiento. Tanto por su increíble nivel de exquisitez como por su historia trágica. Estaba llamado a ser el automóvil de aristócratas y (su nombre no oficial ya lo decía) ‘royals’… y sin duda así hubiera sido, de no cruzarse, al poco de su lanzamiento, el gran crack del 29. Pero, por culpa de aquella crisis, solo seis llegaron a completarse.

Diplomacia sobre ruedas

La idea de reunirlos todos surgió de Chris Bock, que luego fue miembro del equipo del concurso, y hoy es el presidente del jurado. En principio, podía no parecer una tarea tan complicada. Cuatro de ellos ya estaban por aquel entonces en Estados Unidos, y los dos restantes se encontraban en Francia, en un mismo lugar: el Museo Nacional del Automóvil de Mulhouse, cuya colección antes había pertenecido a los hermanos Schlumpf, a quienes se les había requisado para cubrir sus deudas.

Bugatti Royale diplomaticos

Sin embargo, en aquel momento estos aún seguían vivos (morirían en 1989 y 1992), y la institución francesa temía que, si los coches salían de suelo galo, pudieran intentar alguna maniobra legal para recuperarlos. Así que el mismísimo gobierno de Estados Unidos acabó teniendo que intervenir. Para resolver el entuerto, concedió a los coches la inmunidad diplomática, un estatus generalmente reservado para personas, aunque en ocasiones también se otorga a objetos de arte. Pero, hasta ese momento, nunca a un automóvil.

Incluso así, aun hubo una maraña de problemas antes de poder ver a los Bugatti sobre el césped del club de golf de Pebble Beach. El vuelo de carga que iba de París a Los Ángeles paraba a repostar en Canadá, donde evidentemente los vehículos no gozarían de inmunidad. Así que hubo que organizar vuelos especiales directos con Air France.

Bugatti diplomaticos Type 57 4

El museo también impuso que cada unidad viajara en un avión y un camión distintos, para minimizar los riesgos. De modo que el transporte costó unos 85.000 euros… ¡de 1985! Estos los pusieron coleccionistas, juzgados y amigos del concurso, entusiasmados por la idea de ver a los legendarios seis juntos otra vez.

Cuatro historias más

Aparte de los Bugatti Royale que tuvieron pasaporte diplomático, otros dos provenían de la colección de William F. Harrah, en Reno, y uno más del Museo Henry Ford en Dearborn. Este último, por cierto, había terminado en un depósito de chatarra de Nueva York después de que el bloque del motor se rompiera un invierno. Un ingeniero de General Motors, Charles Chayne, lo vio allí y lo compró por unos pocos cientos de dólares. Lo que evitó que se perdiera una pieza de museo.

Bugatti Royale diplomaticos Type 50

¿Y el sexto? Según lo recuerda Bock, cuando todos los otros se habían guardado ya con sumo cuidado en garajes de casas cercanas, perfectamente controlados, vieron llegar el que pertenecía al empresario y piloto Briggs Cunningham. «Llegó montado en un remolque abierto, tirado por una Ford F-250. El tipo que la conducía nos dijo: ‘Bah, ahí está bien, le ponemos una lona por encima y ya está’, mientras todos los demás hiperventilábamos», cuenta el experto en el texto de la web de Bugatti.

Desde luego, el evento fue todo un éxito, y los fans del automóvil de todo el mundo viajaron hasta Pebble Beach para contemplar los seis Royale. «Había una marabunta de personas alrededor de ellos. Estaba lleno de gente, y así estuvo el día entero. Aquello fue un gran punto de inflexión. Puso a Pebble Beach en el mapa», destaca Bock.

Bugatti diplomaticos Type 57 negro

Y, por cierto, no es que Bugatti solo presente clásicos en esta cita. El Veyron 16.4 Grand Sport celebró su estreno mundial en la víspera del Concours d’Elegance de 2008. Así que la historia de estos dos nombres míticos sigue ligada inextricablemente, como en la época de los dos Bugatti Royale que tuvieron pasaporte diplomático.

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