Lleva casi 40 años rondando, y aun sigue viva. La leyenda urbana definitiva (en aquella época aún se llamaban así, y no ‘fake news’), el equivalente automovilístico de Elvis y Jesús Gil fingiendo sus muertes y retirándose a una isla privada, era tan simple como efectista. La receta perfecta para contarse dando golpes en la barra del bar. Y este es, más o menos, el mito incombustible: el turbo del Renault 5 ídem, desde el Copa (prueba) del 82 hasta el recordado ‘culogordo’, tenía un fallo, y saltaba al reducir.
De modo que (continúa el bulo), al llegar a una curva, el conductor bajaba una marcha, al motor le llegaba un ‘chute’ de potencia y… Desgracia al canto: el coche hacía un recto y acababa estampándose contra un árbol o cayendo por un terraplén. ¿El problema? Nada de esto es cierto. Y no solo eso. Es que además es imposible, porque no es así como funcionan los turbocompresores.
El origen del mito

Como es habitual, la historieta surgió para explicar de manera simple una realidad compleja y con muchas variables. Y es que, sí, el Renault 5 Turbo (historia) era un coche peligroso. En buenas manos, esta bestia que entregaba 110 o 160 CV (a principios de los 80, eso eran muchos caballos) con un peso de alrededor de 900 kg volaba. Pero, para eso, había que saber embridarla, porque las ayudas a la conducción eran inexistentes y la tecnología, rudimentaria.
Sobre todo, el piloto debía tener experiencia con turbocompresores, lo que por entonces no era muy habitual, pues Renault fue uno de los primeros fabricantes en usarlos en Europa (después de innovar con ellos en la Fórmula 1 a finales de los 70). O, cuando menos, conocer su funcionamiento. Ahora han mejorado mucho en ese aspecto, pero entonces tenían un retardo terrible. Y luego, cuando por fin entraban, lo hacían de sopetón.

Acostumbrados a los atmosféricos, muchos le pisaban en el momento incorrecto… y, para rematar, viendo que no había respuesta, volvían a pisar más a fondo. Cuando el turbo se dignaba a reaccionar, como mínimo, pillaba desprevenido al bisoño. Y, por descontado, a veces lo hacía en el peor momento. Con algo de mala suerte, en medio de una curva.
Es decir, que las distintas versiones del R5 Turbo se ganó a pulso apodos como ‘la caja de muertos’ o ‘matapijos’ (sí, la mala baba ya existía antes de Twitter). Pero las razones tenían más que ver con la pericia del conductor que con un fallo mecánico. Solo que era más fácil (e indudablemente más gracioso) explicarlo así.
¿Por qué es imposible?

«Que sí, fíate, es así, que mi primo tenía uno. No era siempre, era solo si se pasaba de 3.500 rpm», te contestará más de un parroquiano si te atreves a decirle que eso no puede ser. ¿Pero seguro que no puede ser?
Pues sí, seguro, por el propio funcionamiento del turbo. Este consiste, a grandes líneas, en una turbina alimentada por los gases de escape que, a su vez, acciona un compresor centrífugo. Este, como su nombre indica, comprime el aire de la admisión a una presión mayor que la atmosférica, y lo introduce así en los cilindros.

Por eso, cuando no hay gases de escape, el turbo no puede girar. Con fallo o sin fallo. Punto. Y, si no tienes el pie en el acelerador, no hay gases de escape. Es más, a estas alturas puedes decirle al propagador de bulos que, si conoce una avería con la que un turbocompresor funcione en ausencia de gases de escape, hay muchas multinacionales dispuestas a pagar buen dinero por semejante información.
A pesar de todo, este mito incombustible, el turbo del Renault 5 que se disparaba al reducir, sigue vivito y coleando en muchos foros, bares y casas del país. Como consuelo, al menos este, con ser falso, que lo es, no hace daño a nadie. Hay por ahí otros bulos peores.