París. Años 20. Ha terminado la Gran Guerra con la firma del Tratado de Versalles en 1919 y la ciudad vuelve a ser esa capital cultural europea, una ciudad de punto de encuentro para miles de escritores, músicos y artistas procedentes de todos los rincones de Europa donde pueden desarrollar su carrera. Eso permitió la conjunción de dos genios, Fernando Jacopozzi en la iluminación y André Citroën en la automoción. Entre ambos, hicieron posible una hazaña de la que se cumplen ahora 95 años: el aterrizaje del aviador Charles Lindbergh en París, gracias a la Torre Eiffel iluminada por André Citroën.
El 21 de mayo de 1927, un joven piloto de solo 25 años, Charles Lindbergh, entró en la historia tras sobrevolar el Atlántico en solitario durante 33 horas y media con un monoplano, el Spirit of Saint Louis. El aterrizaje se produjo de noche y fue posible gracias a la iluminación de la famosa ‘Dama de Hierro’ dos años antes, en 1925. La Torre Eiffel, símbolo de la modernidad y faro cultural, convertida ahora en una "gran antorcha dorada que se enciende cada noche", como decía la prensa de la época, el Faro de Alejandría de Occidente, visible desde 40 kilómetros de distancia.
Un proyecto gestado durante la guerra
El proyecto de la Torre Eiffel iluminada nació de un encuentro casual entre dos hombres extraordinarios. En 1914, las tropas alemanas avanzaban rápidamente hacia el corazón de Francia y el Ministerio de la Guerra pidió a los industriales, reclamados en el frente para alistarse como soldados, que volvieran a la retaguardia para desarrollar tareas estratégicas de acuerdo con sus posibilidades y su capacidad.
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El Ministerio organizó un encuentro de industriales en su sede y entre los presentes había importantes representantes de las marcas automovilísticas francesas, entre ellos, André Citroën. Pero también figuraba un artista italiano, concretamente, florentino, Fernando Jacopozzi, especializado en una nueva forma de arte, el de la iluminación eléctrica.
A París se la conoce como la ciudad de las luces. Muchos piensan que es por la Ilustración y tienen parte de razón. Sin embargo, la realidad tiene una explicación diferente: cada tarde, en el centro de la ciudad se encendían y resplandecían miles de luces de colores en los carteles exteriores de numerosos locales y, además, se iluminaban la mayoría de los monumentos y los puntos de interés turístico.
Jacopozzi, en particular, había contribuido a ello, iluminando el Arco del Triunfo, la Columna de la Place Vendome e incluso la catedral de Notre Dame, con un entramado de luces que cada noche ponía de relieve las formas de estos monumentos inmortales.
El artista italiano estuvo presente en aquella reunión en el Ministerio de la Guerra, porque había recibido un importante y secreto encargo: los Zeppelin alemanes habían demostrado ya su elevada capacidad de bombardeo, gracias a que eran casi imposibles de detectar y de interceptar por los cazas de la época y por los cañones antiaéreos a causa de la elevada altura a la que volaban.
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Al ser París una ciudad muy fácilmente visible desde el aire era necesario un señuelo. De modo que se encargó a Jacopozzi elaborar una réplica de la ciudad con bombillas en el bosque de Fontainebleau para engañar a los dirigibles alemanes. Fue en aquella reunión en que el destino quiso unir a André y a Fernando. Ambos se conocieron y se prometieron reencontrarse después de la guerra para llevar a cabo algún plan conjunto.
El primer cartel luminoso
Pasaron los años y en 1922 el mundo había cambiado mucho con respecto a ocho años antes: la Gran Guerra había finalizado y los dirigibles alemanes se habían reconvertido en naves de transporte. Del mismo modo, Citroën ya no fabricaba granadas, sino automóviles: el célebre 10 HP y el nuevo 5 HP estaban motorizando Francia y Europa entera, gracias a los ahorros generados con la producción en gran serie importada por André Citroën desde Estados Unidos.
Mientras tanto, el “mago de las luces”, Fernando Jacopozzi, había vuelto a sus monumentos con el objetivo de iluminar un símbolo de la capital francesa, ni más ni menos que la 'Dama de Hierro', la Torre Eiffel. Así, un día de 1923, el italiano llamó a la puerta de André Citroën para plantearle un proyecto.
Su idea era simple: con solo 200.000 bombillas, 100 kilómetros de cable y una pequeña central eléctrica que se accionaría con el agua del Sena, se podría escribir el nombre de ‘Citroën’ en los cuatro lados de la Torre Eiffel que se convertiría, de este modo, en el cartel luminoso más grande del mundo.
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Al principio, André Citroën dudó sobre el proyecto, puesto que la Torre Eiffel era uno de sus sueños de infancia y había asistido a toda la evolución de los trabajos de construcción que podía ver desde la ventana de su casa. Más tarde, había iniciado su actividad en el muelle de Javel, prácticamente debajo de la Torre y tenía además muy avanzada la idea de utilizarla como antena para su proyecto de ‘Radio Citroën’.
La propuesta de Jacopozzi, pese a ser extremadamente interesante, era todavía demasiado cara y, en ese momento, André Citroën había concluido una enorme inversión en el utillaje de fabricación de sus coches, en particular con la compra de las titánicas prensas de chapa americanas para los monocascos.
Otros gastos, ya en curso, le impedían, en teoría, destinar una suma tan importante al proyecto del italiano. De todos modos, y pese al elevado presupuesto, André Citroën supo reconocer la rentabilidad a largo plazo de una inversión como esa y finalmente aceptó la propuesta de Jacopozzi.
Los trabajos se iniciaron de manera inmediata: un pequeño ejército compuesto por trabajadores de circo (trapecistas y malabaristas), exmilitares de la Marina francesa, escaladores y acróbatas de todo tipo, inició el montaje de la estructura con las bombillas en los cuatro lados de la Torre, mientras que junto al monumento se construía una central eléctrica de 1.200 kW capaz de alimentar la instalación completa.
El encendido tuvo lugar el 4 de julio de 1925. No está documentado que fuese el propio André quien lo hiciera puesto que sus hijos dieron dos versiones distintas: una era que se encontraba en un Bateau-Mouche surcando el Sena y la otra, que se encontraba viendo el encendido desde la Explanada del Trocadaro.
En cualquier caso, André tenía seguramente en sus manos una copa del mejor champán para brindar por el encendido de aquella Torre que tanta notoriedad daría al “Double Chevron”, que permanecería encendida hasta 1934 y que además guio a Charles Lindbergh en la parte final de su vuelo en solitario y sin escalas entre Nueva York y París.
El aterrizaje del aviador Charles Lindbergh en París, gracias a la Torre Eiffel iluminada por André Citroën
El 21 de mayo de 1927, poco después de las diez de la noche, el Spirit of Saint Louis, el monoplano pilotado por Charles Lindbergh, aterrizó en el aeropuerto parisino de Le Bourget después de sobrevolar el Atlántico en solitario durante 33 horas y media y permitiendo que este aviador de 25 años entrara en la historia por la puerta grande.
Los franceses estaban exultantes por el coraje del aviador americano, pero uno de ellos fue especialmente atraído por otro aspecto de esta importante hazaña: su elevado potencial en el ámbito de la comunicación. André Citroën tenía unas excelentes relaciones con el embajador estadounidense Myron Herrick y después de varios días de frenéticas gestiones se decidió que el 27 de mayo de 1927, Charles Lindbergh visitara la fábrica de Citroën del muelle de Javel.
En muy pocos días, lo que hoy llamaríamos el servicio de comunicación de Citroën organizó un evento a la altura de tan importante invitado: se convocó a la prensa, se instalaron un escenario y una tribuna en el patio de la fábrica y finalmente se preparó un “vial de honor” delimitado por vallas por el que un cortejo capitaneado por André Citroën y el propio Lindberg atravesó los dos edificios de la fábrica aclamado por los trabajadores de Citroën. Finalmente, en la Sala de Honor de Javel se realizó un gran mural decorativo y una gran instalación floral para ambientar, como merecía, la comida de gala.
Lindberg visita la fábrica de Citroën
A primera hora de la tarde, Lindbergh entró en la fábrica de Citroën, donde André y su fiel brazo derecho Georges-Marie Haardt le recibieron y le acompañaron a visitar la cadena de montaje en plena producción. Los operarios ensamblaron en pocos minutos delante del huésped una carrocería y a medida que el pequeño grupo avanzaba entre los diferentes talleres de la fábrica un campanero advertía a los operarios de la llegada de la comitiva.
La visita terminó en la plaza central de los establecimientos de Javel donde 10.000 personas, entre trabajadores, encargados y dirigentes recibieron con una ovación a Citroën, Haardt, Lindbergh y Herrick que subieron al escenario para pronunciar sendos discursos. André Citroën presentó a los trabajadores al héroe americano sin perder la oportunidad de presentarlo como un piloto y un excelente mecánico, igual que ellos mismos.
Lindbergh, un hombre tímido y de pocas palabras, como él mismo admitía, dio las gracias (en inglés) por la calurosa acogida y explicó luego que hubiera preferido atravesar el Atlántico muchas otras veces antes que pronunciar un discurso frente a tanta gente. La visita terminó con una cena de honor, la firma en el libro de oro de visitantes y con un nuevo baño de masas para firmar autógrafos. Fue durante ese momento que Lindbergh explicó a los presentes que la iluminación de la Torre Eiffel le había guiado hacia París como si se tratara de un faro.
La Torre Eiffel como soporte publicitario y reloj
Con los años, la configuración escrita sobre la Torre Eiffel cambió y se utilizó para diversos fines: en ocasiones se añadió la sigla de un determinado modelo de Citroën, en otras se informaba a los franceses de las condiciones meteorológicas gracias a un termómetro de 30 metros de altura.
También se utilizó para dar la hora gracias a un enorme reloj instalado en 1933, con un cuadrante de 20 metros de diámetro y unas agujas que se iluminaban después de la puesta del sol y que también fue el reloj más grande del mundo de aquella época.
Fuente: Citroën