René Dreyfuss
René Dreyfuss

Corría el año 1933 cuando el recién elegido líder de Alemania, Adolf Hitler, anunció que el Tercer Reich dominaría el Gran Premio de automovilismo. Después de que el Gobierno inyectó dinero en Mercedes y Auto Union, sus principales pilotos, Rudi Caracciola y Bernd Rosemeyer, barrieron a sus rivales montados en sus flechas plateadas.

Una estadounidense llamada Lucy Schel decidió entonces poner en marcha su propio equipo para derrotarlos. Tenía dinero para invertir, razones personales para ir en contra de los nazis y reclamar su lugar en un mundo dominado por hombres. Para ello, eligió al fabricante más insospechado: Delahaye.

Dirigida por Charles Weiffenbach, la empresa francesa venida a menos era conocida por construir vehículos muy fiables, aunque solían ser camiones. No obstante, las carreras parecían una buena alternativa para salvar la pequeña compañía. Para conducir, Lucy reclutó al también galo René Dreyfus.

Tras un inicio prometedor, a este piloto se le impidió competir en las mejores escuderías… por ser judío. Un triunfo sobre los nazis sería la redención para los tres. Si llegase a darse, el Gran Premio de 1938 sería su mejor oportunidad.

Las flechas plateadas

Amanecía en la ciudad francesa de Pau, al sudoeste del país y justo encina de los Pirineos, cuando la gente se despertaba. En todos los sitios se hablaba sobre las predicciones de la carrera. ¿Viste las flechas plateadas y cómo sonaban? ¿Podrían tener los demás oportunidad contra ellas?

El porqué de la pintura plateada en los coches de competición de Mercedes

Algunos, aunque no lo admitían, estaban deseando presenciar un accidente. Mientras el resto de equipos se centraban únicamente en su competencia, 34 miembros de Mercedes se reunieron esa mañana en su hotel para votar en un referéndum después de la reciente invasión de Austria.

Así, a la pregunta «¿estás de acuerdo con la unión de Austria al Reich alemán el 13 de marzo, y votas por la lista presentada por nuestro Führer Adolf Hitler?», se respondió un claro y fuerte «Ja!» de manera unánime. Después de eso, y tras haber trabajado de noche para instalar el motor en el coche de Hermann Lang, regresaron al trabajo.

Una mañana de carreras

Los espectadores que quisieron ver bien la carrera se levantaron temprano, y al mediodía ya había más o menos 50.000 personas preparadas para presenciar el evento. Era mucha menos gente que en el Gran Premio de Alemania en Nürburgring, pero en la pequeña población de Pau la multitud era igualmente densa.

Rudi Caracciola
Rudi Caracciola

La meteorología era perfecta para una mañana de carreras. Los equipos echaron un vistazo a sus coches, apilaron varias torres de neumáticos, colocaron los recipientes de combustible y colocaron todo el material antes de que llegasen los pilotos. Todo estaba en su sitio, como en la mesa de un cirujano antes de operar.

La mayoría de los conductores cogían su talismán o practicaban su ritual particular con el fin de tener suerte. El campeón de Mercedes, Rudi Caracciola, se comió un filete, se enfundó su mono y se puso sus viejos zapatos de cuero manchados de grasa, que le regaló su mujer Alice ‘Baby’ Caracciola. Su compañero de equipo, Lang, estaba a lo suyo.

En su habitación del Hôtel del France, el conductor de Delahaye, René Dreyfus, siguió su propio ritual. Se quitó su anillo de boda, lo dejó encima de la mesa y lo miró para recogerlo al terminar la carrera. Se anudó los cordones de los zapatos, cortó los extremos para evitar enganches, y salió pitando a competir. Era la hora.

Junto a las tribunas, la música que salía por los altavoces agitaba a la multitud. Los trabajadores estaban todos en sus posiciones. Cronometradores, gendarmes, periodistas… todos. Las únicas que carecían de vitalidad eran las banderas nacionales de los competidores debido a la falta de viento.

Los últimos retoques

Los mecánicos y los pilotos calentaron los coches en el circuito, y el rugido de sus motores era premonitorio de lo que estaba por venir. Los gases de los escapes ya estaban en todos lados y los equipos andaban haciendo las últimas comprobaciones. Luego cubrieron los motores para mantenerlos calientes.

Faltaba uno de los nueve bólidos participantes en la carrera, una flecha de plata. Los mecánicos de Mercedes habían pensado que el motor del coche de Lang funcionaba bien, pero una hora antes del inicio de la carrera el ingeniero jefe, Rudolf Uhlenhaut, descubrió un problema relacionado con el aceite. Era imposible tenerlo a tiempo. Tuvo que retirarse.

De esta forma, de los 16 participantes, solo quedaban la mitad. Esto significó que el Gran Premio de Pau se convirtió en un cara a cara entre Dreyfus vs Caracciola. O lo que es lo mismo, Delahaye vs Mercedes. Francia vs Alemania. Para algunos supuso una desilusión, pero para otros esta carrera pasaba a ser un duelo épico.

El piloto judío que derrotó a los nazis

Por fin, todos los conductores entraban a escena. La estrategia de Delahaye estaba clara: pegarse a Rudi hasta su repostaje, tomar la iniciativa y seguir toda la carrera por delante de él. La esposa de René consultó una adivina que predijo su victoria, pero no quiso perturbar sus nervios… y acabó soltándoselo antes de la carrera.

En Mercedes no había necesidad de repasar la estrategia. Salir disparado como un cohete desde un primer momento y obtener una ventaja con respecto a Dreyfus que fuese suficiente para aguantar durante toda la carrera, independientemente de cuándo se parase a repostar combustible.

Preparados, listos…

Se acercaban las 14.00h, el momento en el que la competición comenzaría, y una banda de trompetistas se arrancó con una melodía tradicional. Los mecánicos empujaron los coches para llevarlos a la línea de salida. Todos estaban en sus marcas. El Mercedes de Rudi a la izquierda en primera fila, el Delahaye de René a su derecha. Tensión máxima.

Tras una sesión informativa acerca de la carrera que prácticamente nadie necesitaba escuchar, los pilotos se pusieron manos a la obra. Ya no había tiempo siquiera para consejos, estaban concentrados a tope. Poco espacio en la cabeza para pensar en otra cosa que no fuese conducir. Reajuste de guantes, limpieza de gafas, y a correr.

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«¡Cinco minutos! ¡A los coches!», se escuchó. Rudi cojeó hasta su Mercedes, algo usual después de su accidente en Mónaco cinco años atrás. Alrededor de su cuello, una bufanda de lunares para protegerlo del polvo que saldría despedido de los neumáticos. Con gafas de sol, René se dirigió a su Delahaye. Nunca reutilizó unas gafas: siempre nuevas. Se puso una gorra de lino, se calzó los guantes de cuero marrón y se colocó las gafas sobre la cabeza.

Las esposas de ambos ya estaban con los cronómetros listos. En las gradas, los altavoces dejaron de sonar y un silencio cayó sobre la multitud, que ahora estaba de pie mirando los coches. Esperando. En la parrilla, René miró a Rudi. El alemán le devolvió la mirada. El resto, a lo suyo. Algunos reían y otros se mantenían serios.

Justo después, como si cayese un trueno, uno de los motores arrancó. Detrás de él, uno tras otro, generando un efecto dominó perfecto. Casi podía sentirse cómo temblaba el aire, y el latir de los propulsores iba casi al unísono de todos los que estaban cerca. Los conductores aceleraban al ralentí mientras la pista se despejaba de mecánicos.

El aire estaba espeso ya por los gases que salían de los tubos de escape. Rudi volvió a comprobar su pomo del cambio de marchas, su tacómetro, sus pedales y sus espejos retrovisores. Se frotó su maltrecho muslo, sabiendo que el dolor estaba por llegar a poco que sintiese algo de exigencia.

René se sentó en su cabina, tenso como si fuera una tabla. Miró al director de carrera y encargado de dar la salida, que estaba en el borde derecho del circuito y justo leyó su reloj. Era la hora. Sostuvo la bandera tricolor en lo alto de una mano, levantó la otra para contar los segundos. Ya no había vuelta atrás, la carrera iba a comenzar.

René apretó la palanca de cambios y aceleró al ralentí. El Delahaye vibraba y el motor emitía una maravillosa sinfonía. «¡Cinco, cuatro, tres, dos, uno!» Mientras la multitud se moría de ganas por ver el comienzo y se echaba hacia adelante en sus asientos, sus cuellos se estiraban hasta que el director de carrera hizo un gesto mágico. Bajada de bandera.

… ¡ya!

El francés soltó su embrague y el Delahaye salió a correr como alma que lleva el diablo. Rudi salió algo más rápido y los neumáticos de su flecha plateada así lo dejaron patente en el asfalto. También la nube de goma quemada y polvo que había tras de sí. Después de ellos dos, el resto de pilotos, que se quedaron atascados entre el humo y la densidad de coches.

René fue muy rápido y su aguja se disparó en el tacómetro. Enlazó una serie de curvas y mientras bajaba por la Avenue du Bois Louis pasó por las gradas. En la curva a derechas junto a los boxes, Rudi le sacaba dos coches. Hizo unas cuantas maniobras para evitar que René le adelantase, y en el siguiente tramo de recta, el galo se aferró a la parte derecha del circuito.

El piloto judío que derrotó a los nazis

Al salir de la siguiente curva el culo del Delahaye se tambaleó, pero se rehizo y René pisó su acelerador a fondo para seguir por la Avenue Léon Say. La ráfaga de aire era tan fuerte que le obligaba a mantener su cabeza pegada al asiento. El piloto alemán de la flecha de plata devoraba los kilómetros. Los dos protagonistas se separaron muy rápido de los demás.

Cruzaron debajo de un puente peatonal de hierro que atravesaba la avenida. Aquellos que tuvieron la suerte de hacerse con un hueco en el puente vieron a los coches pasar por debajo de ellos mientras el suelo vibraba. La calle conducía a unos arcos de piedra que sostenían el Boulevard des Pyrenees.

Rudi fue el primero en pasar por allí, por debajo del Promenade Pont Oscar, y su velocidad era tal que cuando entró en la curva las ruedas emitieron el clásico chillido de cuando van al límite. René siguió por la Avenue de Général Poeymirau al lado de una línea de viviendas mientras descendía hasta el Virage du Buisson.

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En ocasiones parecía que él y Rudi conducían en sentido opuesto mientras bajaban por la colina. Antes de que pudiese ganar mucha velocidad, ambos cambiaron de marcha y pisaron la chicane. La trayectoria parecía hacerse cada vez más pequeña y el circuito era tan angosto que René sabía que cualquier pequeño error le condenaría.

Pero escapó bien de las curvas y entró en la recta más larga del recorrido, en la Avenue du Bois Louis. Cuando superó los 150 km/h, bajando por el camino lleno de árboles a su alrededor, Rudi se había distanciado de él casi 20 metros. Esto era un tiempo mínimo, pero para los franceses de las gradas era un dato desalentador.

Rudi terminó la primera vuelta en 1 minuto y 52 segundos, mientras que René iba un solo segundo por detrás. Su compañero de equipo, Franco Comotti, estaba en tercera posición, con nueve segundos más. Los demás iban a lo suyo, mucho más atrás. Quedaban noventa y nueve vueltas más…

Extracto de «Faster: How a Jewish Driver, an American Heiress, and a Legendary Car Beat Hitler’s Best», de Neal Bascomb. (Libro)

El piloto judío que derrotó a los nazis

René Dreyfuss acabó ganando en Pau con su Delahaye al legendario ‘dúo’ formado por Rudi Caracciola y su flecha plateada, lo que le convirtió en un héroe nacional en su país.

Fuente: Road&Track

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