Hoy en día estamos acostumbrados a autopistas, autovías y, qué demonios, a carreteras asfaltadas de mayor o menor calidad pero que aún con sus fallos nos permiten recorrer grandes distancias en tiempo récord. Sin embargo, todo tiene un origen, y de lo que disfrutamos hoy es de las tatara-taranietas de una de las vías más importantes de la historia, la que podemos considerar la carretera más antigua del mundo: la Vía Apia.

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Construida en el 312 a.C. por el censor Apio Claudio Caeco, a quien debe su nombre, fue una auténtica obra de ingeniería de la época, con una longitud de 540 kilómetros que unía Roma y Capua, por lo que su importancia fue capital, y una anchura de ocho metros que permitía circular e manera simultánea a carros en ambas direcciones, lo que supuso un impulso más que importante al comercio. No solo eso, también contaba con aceras a uno y otro lado que sumaban un metro cada una al ancho total.

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¿Era cómoda? Para los estándares actuales no, pero para la época estar construida de piedra basáltica era una considerable mejora respecto a los camino de tierra. Poco tardo en convertirse en la vía central de la República de Roma, consolidándose como un eje alrededor del que se generó comercio y creándose numerosos puestos y posadas para dar descanso a los viajeros.

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También es muy conocida porque unía Capua, donde comenzó la rebelión de Espartaco, con la capital de la por entonces Roma, y la línea que siguió el tracio para intentar derrocar a los romanos. Su plan, como todos sabemos, no funcionó y para dar ejemplo ante futuras rebeliones se crucificó a los más de 6.000 soldados rebeldes que lucharon junto al ex-gladiador a ambos lados de la vía.

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La Vía Apia, la carretera más antigua del mundo, que vio lo mejor y lo peor que podía dar de sí la sociedad romana.

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