Hoy en día el Chevrolet Corvette es uno de los deportivos americanos más reconocidos de todos los tiempos. Ha estado vendiéndose durante más de medio siglo (de hecho, ya van siete décadas), pero su trayectoria hubiera sido mucho más corta si no hubiera sido por el Chevrolet Corvette Test Mule EX-87.
El Vette vio la luz en 1953, con las primeras unidades montando en exclusiva el motor de 235 pulgadas cúbicas y seis cilindros en línea asociado a una caja de cambios automática de tres velocidades. La combinación no terminaba de funcionar de manera correcta y las sensaciones que ofrecía el modelo de Chevrolet no estaban a la altura de lo esperado, lo que se tradujo en unas ventas menores de las que la compañía creía adecuadas.
Vídeo: este Chevrolet Corvette de 1974 recibe su primer lavado en 34 años
Hasta tal punto llegó la situación que la firma estaba planteándose la cancelación del modelo, aunque por suerte la decisión no llegó a puerto, básicamente, porque entró en juego una persona: Zora Duntov.
Este ingeniero de General Motors a la postre ha sido conocido como el padre del Corvette, y con razón.
A principios de 1954 le propuso la idea de montar un V8 en el Vette a su compañero Maurice Olley, quien le respondió que podrían hacerlo, preguntando a Duntov si ya se había puesto manos a la obra, a lo que la respuesta fue afirmativa.
Su idea era sencilla, montar el V8 en el vano motor y, a partir de ahí, empezar a trabajar en el resto de componentes, como las suspensiones, para crear un coche deportivo propiamente dicho. Así es como nació el Chevrolet Corvette Test Mule EX-87, que de partida contó con un propulsor que vio como su desplazamiento aumentó hasta las 307 pulgadas cúbicas y alcanzó los 275 CV de potencia.
A esto siguieron otras modificaciones como cambiar el parabrisas por una pequeña cúpula que cubría solo al conductor, así como una aleta dorsal situada detrás de este. Ambos elementos tenían como objetivo ayudar a altas velocidades, puesto que Duntov tenía en mente establecer también récords de velocidad con el ejemplar.
Se llevaron a cabo cientos de horas de pruebas, con miles y miles de millas recorridas, en un proceso en el que se realizaron numerosas modificaciones.
En 1955 todos sus esfuerzos dieron resultado: consiguió alcanzar una velocidad máxima de 262 km/h (163 mph). Su buen hacer hizo que el mismo bloque fuera instalado en otra unidad del Chevrolet Corvette, el 6901, que contaba con otras de sus mejoras, pero no con la cúpula y la aleta. Consiguió alcanzar 241 km/h (150 mph) en Daytona, probando todo lo que el deportivo podía dar de sí.