A medida que avanzaba la década de 1930, el redoble de los tambores de guerra se hacía cada vez más ensordecedor. Eran tiempos muy difíciles, en plena Gran Depresión, crisis de las Democracias liberales y auge de los totalitarismos. Todo este maremágnum desembocó en la Segunda Guerra Mundial, después de las sucesivas incursiones de Hitler en Austria, Checoslovaquia y Polonia. En realidad, se trataba de la continuación del mismo conflicto que se había parado en 1918, pero con otros actores. Ante una crisis como esta, muchas empresas del sector de la automoción aparcaron su actividad para dedicarse a la economía de guerra. Tal fue el caso de Ford y uno de los bombarderos más famosos de la contienda.

Mientras Hitler se apoderaba de media Europa, al otro lado del Atlántico, el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt veía con expectación lo que pasaba en el viejo continente y comprendió la necesidad de que el ejército estadounidense estuviera preparado ante una eventual guerra. Como cuenta el medio Jalopnik, Roosevelt solicitó al Congreso 10.000 aviones nuevos, una gran petición dado que el país aún se encontraba en medio de la Gran Depresión y lejos de ser la potencia militar en la que se convirtió después. Su Cuerpo Aéreo del Ejército ocupaba un puesto aún más bajo, con un escaso arsenal de aviones obsoletos.

El Congreso llegó a un acuerdo, aprobando la construcción de poco más de la mitad de la cantidad solicitada de aviones durante los próximos cinco años. Sin embargo, la situación de la guerra favorecía a Alemania y, para 1940, los nazis habían conquistado Bélgica, Francia, los Países Bajos y Luxemburgo. Era sólo cuestión de tiempo que Estados Unidos entrara en el conflicto, cosa que ocurrió tras el ataque de Japón a la base de Pearl Harbor en diciembre de 1941. Consciente de esta amenaza, Roosevelt presionó de nuevo al Congreso, esta vez solicitando 50.000 aviones al año. La tarea parecía imposible para muchos, pero para 1944, Estados Unidos producía casi el doble de esa cantidad de bombarderos al año.

Ford fabricó uno de los bombarderos más importantes de la Segunda Guerra Mundial, el B-24 Libertador

Para lograr semejante hazaña, fue vital la industria del automóvil. El presidente estadounidense recurrió a ella, sabiendo que es capaz de producir maquinaria compleja a gran escala. Los fabricantes de automóviles son conocidos por su experiencia en ingeniería, así como por su capacidad para producir una gran cantidad de componentes en poco tiempo, y se dedicaron a la construcción de bombarderos y armas. El B-24 Liberator se convirtió en el avión predilecto debido a su capacidad de largo alcance, lo que lo convirtió en un recurso formidable para enfrentarse a las fuerzas enemigas en el océano Pacífico, así como por la afinidad de Gran Bretaña con el bombardero pesado en la lucha contra Alemania.

Consolidated Aircraft obtuvo el contrato para construir bombarderos B-24, pero su producción fue todo menos rápida. La compañía construía aviones al aire libre, en plataformas improvisadas donde los trabajadores pasaban horas instalando un sólo motor.

Ford fue uno de los fabricantes de automóviles a los que se contactó para fabricar piezas para el B-24. A principios de 1941, el ejecutivo de Ford, Charles Sorensen, visitó la fábrica de Consolidated y quedó horrorizado por lo que vio. Con amplia experiencia en producción y ensamblaje, Sorensen esbozó esa misma noche una línea de producción para el B-24, desmontando el enorme bombardero en subconjuntos que pudieran construirse como coches en una cadena de montaje en movimiento. Ford decidió involucrarse más. Declaró que no fabricaría piezas para el bombardero B-24, sino el B-24 completo.

Una fábrica equivalente 70 campos de fútbol

En febrero de 1941, el Ejército adjudicó a Ford un contrato para construir aviones B-24 y el fabricante comenzó la construcción de un enorme complejo de producción al oeste de su base en Detroit. La planta de Willow Run se convirtió en la fábrica más grande del mundo en aquel momento. Presentaba un inusual giro de 90 grados, lo que le otorgaba una singular disposición en forma de L. Solucionó dos problemas: evitar extenderse hacia un aeropuerto planificado y tener todas las instalaciones dentro de un condado, lo que contribuyó a ahorrar impuestos.

A finales de 1941, y tras una inversión de 47 millones de dólares, la fábrica de Willow Run estaba operativa. Era caro, pero no tanto como un caza F-35 de 90 millones de dólares que se estrellara nada más salir de la fábrica. Ford incluso construyó un aeródromo contiguo para que los bombarderos, recién salidos de la línea de montaje, pudieran probarse en la pista antes de ser enviados a la guerra. Contar con un caza Short SC1 de despegue vertical sin pista sin duda le habría ahorrado dinero a Ford.

Para darles una idea de la escala de la operación, el bombardero B-24 medía 20 metros de largo y 33 metros de ancho. La fábrica de Willow Run, por su parte, ocupaba 3,5 millones de metros cuadrados. Para dotar de personal a esta megafábrica, el gobierno brindó asistencia transportando y alojando a gran parte de la fuerza laboral y sus familias.

Ford construía un bombardero por hora

La fábrica de Willow Run marcó un antes y un después en la industria aeronáutica. Fue la primera vez que, en lugar de construir un bombardero en un sólo lugar, se construyó mediante la unión de subconjuntos en un conjunto que se extendía a lo largo de una milla. Durante la construcción, fuselajes, alas y secciones de cola se unían en puntos críticos, adoptando la forma de un bombardero a medida que avanzaba. Inicialmente, la producción fue lenta. Sin embargo, a medida que mejoraba la eficiencia, la producción también se disparó. Para 1944, Ford fabricaba un bombardero cada 63 minutos. En su apogeo, la fábrica de Willow Run produjo 428 bombarderos en un sólo mes.

Sin embargo, no fue fácil. Sin planos utilizables de Consolidated, los ingenieros de Ford tuvieron que aplicar ingeniería inversa a miles de dibujos de piezas de bombarderos antes de poder montar una línea de montaje. Llegó un punto en que los ingenieros dibujaban kilómetros de esquemas técnicos a diario. La dirección de Ford tuvo que negociar con el gobierno y con Consolidated Aircraft, que aún conservaba parte del contrato original.

Los constantes cambios de diseño de Consolidated causaron obstáculos, mientras que los investigadores del Congreso descubrieron que la intromisión del contratista original estaba causando retrasos. Finalmente, el control total de la planta se transfirió a un sólo gerente, y a partir de entonces, la producción comenzó a estabilizarse. Una vez que se resolvieron los trámites burocráticos, los métodos de Ford comenzaron a brillar, y Willow Run se convirtió en la fábrica estadounidense más prolífica durante la Segunda Guerra Mundial.

Un ecosistema industrial

La fuerza laboral de Willow Run se convirtió en un símbolo de Estados Unidos durante la guerra. Mientras los hombres eran reclutados para la guerra, las mujeres ocupaban sus puestos en la línea de montaje. Miles de mujeres se incorporaron al mercado laboral, asumiendo trabajos como remachadoras y soldadoras por puntos. De hecho, el icónico póster de ‘Rosie la Remachadora’, que llegó a simbolizar a las mujeres asumiendo los roles tradicionales de los hombres y se convirtió en un icono de la cultura pop y del movimiento feminista, se inspiró en Rose Will Monroe, trabajadora de la planta de Willow Run, según Ford, aunque algunas fuentes cuestionan esta teoría.

Personas de todo Estados Unidos se asentaron en Michigan, atraídas por la promesa de una vida urbana y un salario estable. El empleo alcanzó un máximo de 42.000 puestos, antes de disminuir gradualmente a medida que mejoraba la eficiencia de la producción. Ford utilizó todos los recursos disponibles para aumentar la producción. Un ejemplo es el uso de personitas para subirse a las alas del bombardero y sujetar las piezas en su lugar.

El gran tamaño de la planta implicaba que gestionar la fuerza laboral requería soluciones inusuales. La planta de Willow Run contaba con un hospital y un campo recreativo, y hordas de autobuses transportaban a los trabajadores a diario desde Detroit y los pueblos de los alrededores. Willow Run no era solo un experimento industrial; era un experimento social.

Los bombarderos de Ford, un legado imperdurable

Al final de la Segunda Guerra Mundial, la fábrica de Willow Run había producido más de 8600 bombarderos B-24. La producción se detuvo unos meses antes del fin de la guerra en agosto de 1945, pero el B-24 ya estaba en sus últimas. Para 1943, el ejército estadounidense ya había comenzado las pruebas de su nuevo B-29 Superfortress, que ofrecía un gran alcance, podía transportar una mayor carga útil y, además, volar a mayor altitud gracias a una cabina presurizada.

Para la época, probablemente tenía una cabina tan atractiva como la del caza F-22 Raptor. El B-29 se utilizó para lanzar bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, lo que condujo a la rendición de Japón ante los Aliados.

La fábrica de Willow Run finalmente se vendió a otros fabricantes de automóviles. Hoy, una parte de ella sirve como Museo de Vuelo de Michigan. Sin embargo, su legado perdura como cuna de la producción masiva de aviones. La fábrica, de una milla de longitud, ayudó a ganar la Segunda Guerra Mundial, bombardero a bombardero.